BAR EL PIOJOSO (de J. E. Álamo)

Para poner a los lectores en antecedentes, explicaré que El Piojoso es un bar que frecuento y que recibe ese nombre por la imagen que ofrecen tanto dueño como local. Por razones obvias, no diré cuál es el auténtico nombre del establecimiento.

Este bar es mi sitio preferido tanto para tomarme un café a primera hora de la mañana como para observar su «fauna» que es de lo más variopinta.

J. E. Álamo

Cuando he entrado en el local, la bocanada de humo procedente del fondo me ha envuelto como un sudario. Los cuatro fumadores, colocados en una mesa bajo el televisor antediluviano que jamás he visto encendido, callan levantando la cabeza al oírme entrar. Estoy por dejar la puerta abierta, que se ventile un poco, pero la mirada impaciente del dueño, atrincherado tras la barra, me lleva a cerrarla con resignación.

–Buenasss, –digo con voz que espero sea muy masculina. La respuesta deshilachada, me llega envuelta en volutas: desde un días gruñido con desgana a una interjección que tanto puede ser un saludo como o un que te den.

Cuando me acomodo sobre la barra procurando no apoyarme demasiado, no seré yo el que incomode las capas de porquería acumuladas con mimo sobre su superficie, los tertulianos del fondo vuelven a su quehacer perdiendo el interés por mí. El dueño no, él carraspea mientras me observa con los ojos entrecerrados, esquivando la nube tóxica del moribundo pitillo que pende de la comisura de sus labios. Ante él tiene abierto el Marca y noto que le jode profundamente que haya interrumpido su lectura.

–Un café, –gruño, pero dando a entender que tampoco me importa una mierda si me lo pone o no. Y nada de por favor, eso son mariconadas. Tras echarme un nuevo vistazo, yo me he vuelto hacia la puerta con gesto de indiferencia, veo por la comisura del ojo que me está preparando el brebaje al que soy adicto desde hace tantos años. No le quito la vista de encima, rumores hay de que esa carraspera ha depositado más de un regalo en el café de algún cliente distraído. Los de la mesa del fondo siguen refunfuñándose los unos a los otros mientras dan buena cuenta de la primera copa del día, o la segunda, que tampoco les llevo la cuenta.

Mi café llega sostenido por una mano sospechosamente bailona, pero no derrama una gota al depositarla con cautela sobre la barra. Sin mirarle, tampoco quiero provocar, le dejo unas monedas al lado de la taza. Las coge con un carraspeo alarmante, aunque no hay cuidado, ha vuelto la cara y los proyectiles van en otra dirección. Conforme vuelve a su Marca prendiendo un nuevo pitillo, yo echo el azúcar en el café, leo la leyenda del sobre, Aburrirse es besar la muerte, sonrío con indiferencia y me llevo la taza a los labios…

Es magnífico. Increíble, pero cierto. No sé cómo lo hace, a veces me pregunto si tiene que ver con los sedimentos acumulados en el interior de la cafetera, pero es de los mejores cafés que he probado. Lo saboreo con deleite y me enciendo un cigarrillo. Tengo que reprimir la sonrisa de satisfacción que amenaza con quebrar el gesto malhumorado que me permitirá volver al día siguiente. Todo sea por un buen café, por empezar el día con ese ritual de hace años y que ahora, por mucho que me intenten convencer, no voy a cambiar por zumos y frutas. Si lo hiciera, estoy casi seguro que los del fondo pondrían precio a mi cabeza.

Cuando termino, escupo un adiós que suena a no pienso volver a este local infecto, pero sé que al día siguiente estaré allí y ellos también lo saben y estoy seguro de que si faltara, me echarían de menos.

2.-

–¿Me pone un cortadito con la leche descremada y bien caliente, por favor?

Tipo nuevo, buena ropa, bien afeitado y con aromas a jabón y cremas. Es su primera vez. El «Piojoso» es el único bar abierto hoy en el barrio, los demás han cerrado por festivo, pero a éste se ve que la Semana Santa se la trae al viento.

–Está todo cerrado –esgrime el novato como si percibiera que está en el lugar erróneo. Nadie le hace puto caso. Se vuelve hacia mí y me sonríe con timidez. Le devuelvo una mueca breve. Espero que ninguno de los habituales me haya visto.

El silencio en el local es profundo. Los del fondo acechan al recién llegado desde su pozo de humo.

Al poco, mi café aparece y las monedas que he dejado sobre la barra desaparecen como por ensalmo. Dejo que mi vista se pierda en la calle, aunque vigilo de reojo al nuevo. Comienza a sentirse incómodo, no sabe cómo colocarse. No quiere apoyarse en la barra, la chaqueta de ante que viste sufriría una agresión mugrienta si lo hiciera. Se queda de pie con las manos en los bolsillos, aguardando el café.

–¡Vaya día! –exclama cuando por fin se lo sirven. Sonríe al de la barra.

–Ochentaycincocéntimos.

–¿Eh?

–Quesonochentaycincocéntimoscoño –ametralla el dueño del «Piojoso».

–¡Ah! ¡Caramba! ¡Ochenta y cinco céntimos! Ya no quedan sitios como este.

¿Caramba? La acaba de cagar.

Las miradas le taladran con desconfianza y yo reprimo un escalofrío. El tipo se la está jugando. Solo falta que diga gracias o algo por el estilo. Parece darse cuenta porque engulle el café a toda prisa, tiene que haberse quemado, y con lágrimas en los ojos, sale de estampida con un que pasen un buen día, señores.

El dueño del Piojoso farfulla algo que suena como atomarporculocagüenloscojones y que obtiene unos gruñidos de asentimiento por parte de los habituales. Cuando me mira a mí, me limito a curvar el labio como si fuera a escupir y prendo un pitillo. Cabecea satisfecho, el forastero se ha marchado y todos estamos contentos. Yo termino el café y me largo sin decir nada. Ya en la calle, aún alcanzo a distinguir a lo lejos al dueño de la chaqueta de ante; anda ligero y al poco echa a correr. No creo que vuelva.

3.-

En ocasiones o bien no me tomo el café en el Piojoso o bien la historia me surge en otro bar donde me tomo el segundo o tercer café. (Sí, soy un adicto a la cafeína). La siguiente historia transcurrió en otro de esos locales.

 Durante mi café de media mañana, he asistido a una conversación entre dos tipos. A de ellos vamos a llamarlo Cabreao. Cabreao, vestido con un mono manchado de pintura, lucía una barba encanecida de tres o cuatro días y ojos rojos, muy rojos. Al segundo le llamaremos Amiguete. Este iba enfundado en un traje de pana angustiosa y con cada frase cabeceaba como esos perritos de los setenta que la gente colocaba en la parte trasera del coche.

Cabreao y Amiguete estaban sentados a una mesa sobre la que se esparcían los restos de un almuerzo: migas de bocadillos, un par de olivas huérfanas, vasos con un poso de vino y servilletas arrugadas. Los dos mimaban dos copas con un líquido transparente en su interior. No parecía agua.

Eran las once de la mañana.

Cabreao: No tiene ni puta idea de cómo se hace. Se lo he dicho mil veces y ni puto caso. Que si el jefe ha dicho esto que si ha dicho lo otro. Ese no tiene ni puta idea.

Amiguete: Es que los hay que van de sobraos.

 C: Nos ha jodío, le he dicho que así la iba a cagar. Yo así no puedo trabajar. ¡Niñato de mierda!

 A: Pues que se joda, ya somos mayorcitos.

 C:  (Resignado, mientras le echa un vistazo al reloj): Me voy a echarle una mano antes de que la joda del todo.

 A: Tómate otra.

 C: (vacila): Es que el jefe igual se pasa a ver cómo nos va.

 A: ¿Qué no puedes almorzar? Va, hostia, ¿qué prisa tienes?

 C: Pues sí, la va a joder igual. ¡Pon dos más!

 A: ¿Y de dónde han sacao al niñato?

 C: Ni puta idea, el muy capullo no habla mucho.

 A: A ver si es un tontito de esos, dan descuentos a las empresas por contratarlos.

 C: Pues no te digo yo que no. Al final la faena pa mí.

En eso, un chaval joven, casi imberbe, se asoma a la puerta. Mira de un lado para otro hasta localizar a Cabreao y Amiguete. Hace un gesto hasta captar su atención.

–Que nos hemos quedao sin pintura.

 C: ¡Mecagoendió! ¿Ves cómo no me puedo menear?

 –Ibas a traer más –musita el chaval. La mirada bermeja y algo extraviada de Cabreao le hace agachar la cabeza.

C: ¡Tira pa allá, hostia, que ahora voy yo!

El chaval obedece con gesto de alivio. Cabreao paga el almuerzo, le da una palmada a Amiguete que cabecea agradecido por la invitación, y se marcha cagándose en toda la corte celestial.

–Será cabrón –dice Amiguete al cabo de un rato.

 –¿El chaval? –responde el dueño del bar con una media sonrisa.

 –¡Qué va! El chaval no para. ¡El cabrón es este que no pega ni chapa!

Los dos se ríen. Yo apuro el café y me largo.

¡Joder, cuánto cabrón suelto!

4.- PEROGRULLADA… O NO.

La discusión o conversación a gritos, que hay quien sólo sabe hablar vociferando, la pillo a medias y mi entrada no interrumpe a los tertulianos que apenas me dedican una mirada. El de la barra tampoco, aunque el café no tarda ni un minuto en estar delante de mí. Ventajas de ser ya un habitual.

– Yo no miento nunca, joder. Cuando digo la verdad, no miento.

–¡¡¡Noshajodío!!! Ni tú ni nadie –Tipo Bajito sonríe apurando su chupito.

–Ahí te equivocas, te equivocas del todo.

Un dedo grueso de uña retorcida se alza como una señal de peligro. Todos estamos pendientes de Sabio (es el nombre que le he dado al tipo en cuestión. No está todos los días en el bar, pero cuando está, siempre da una lección de algo. Sabe de todo o eso creen los demás y él mismo).

–Yo sé que no miento cuando digo la verdad.

–Coño, Ismael –exclama débilmente Tipo Bajito sin ir más allá, el esfuerzo por entender la afirmación del otro es superior a sus fuerzas.

–Yo, amigo mío, –afirma Sabio agitando ese dedo admonitorio–, sé de lo que hablo y cuando afirmo algo, sé que es cierto.

Tipo Bajito abre la boca aunque la cierra enseguida, se ha quedado sin habla. Sabio sonríe, paternal.

–No tienes ni idea de la cantidad de ignorantes que va por ahí soltando mentiras sin saberlo. ¡Y muchos salen hasta en la tele! Y así nos va. La mayoría de la gente no miente a sabiendas, son unos pobres ignorantes, nada más.

A estas alturas Sabio tiene a todo el bar con gestos de ¡cuánta razón tienes!

–Yo tampoco es que sepa mucho –alardea con una modestia falsa, falsísima–. Pero cuido lo que digo, así que, amigo mío –el dedo vuelve a centrarse en Tipo Bajito que está prendiendo un pitillo–. Si digo la verdad, es la verdad.

Pago y me voy, tengo prisa. Pero las palabras de Sabio me acompañan. Por lo general es un declamador de «verdades vitales» al que no presto demasiada atención, pero hoy me ha dado que pensar.

 5.- DESEOS ENTRE EL HUMO

El silencio se puede cortar con un suspiro, pero a ver quién es el guapo que lo deja escapar.

Tengo el café delante de mí. A pesar de mi ausencia de varias semanas, me han vuelto a aceptar como uno más. Ahora lo único que tengo que hacer es aguantar la respiración para evitar la sempiterna humareda y así conseguiré tomarme el café sin caer otra vez en las garras del tabaco.

Pero volvamos al silencio que hiere y obliga; tanto que he removido mi brebaje evitando las paredes de la taza y al dejar la cucharilla, hasta me ha temblado el pulso del cuidado con que lo he hecho.

La espera se está prolongando demasiado. Entonces alguien se cruza de piernas y otro se acomoda en la silla. Un tercero ahoga una tos, el de más allá expulsa el humo con demasiada fuerza y al cabo surgen las voces de entre la niebla quieta y voy a darme cuenta de que apenas respiraba al hacerlo de pronto con fuerza.

–Sí que tarda.

–A saber cómo tendrá eso.

–Mira que si…

La última voz calla ante varios gruñidos de advertencia, ese «si» no quieren contemplarlo.

Creo que ya lo he comentado en alguna ocasión, este momento del día, que se balancea entre el sueño y la realidad, es la hora mágica en que todos hacen planes para cambiar. Nada definido, simplemente acarician la idea de comenzar una nueva vida, una mejor que no sea solo dejar pasar el tiempo envuelto en decepciones. Y en esos instantes, llegan a creer que cuando salgan por la puerta del bar van a dar el primer paso hacia esa vida. Ese es el paso más difícil, porque los demás suelen venir detrás sin demasiado esfuerzo. Sin embargo, en cuanto rompe la luz del sol y pasan los primeros críos camino del colegio, el momento se pierde. La magia se difumina. Pero ese hechizo es el combustible del día, lo que les mantendrá en marcha hasta el día siguiente. Que ese momento se rompa antes de tiempo o no llegue a cristalizar es suficiente para que la gente se sienta jodida, muy jodida.

Al final, el Piojoso emerge por la puerta del almacén y los rostros se vuelven hacia él expectantes. Él sonríe de medio lado o les gruñe, que con éste nunca se sabe, pero las miradas se centran en la botella que lleva en la mano.

–Quedaba una. Veterano –anuncia, metiéndose tras la barra.

Varias sillas se arrastran y de pronto la barra está repleta. El Piojoso prepara copas y carajillos con rapidez, los habituales corren de vuelta a sus sitios y la calma cae cobijando ese instante mágico.

Me marcho con tanto sigilo como me es posible, con un peso indefinible en el pecho. La ropa me apesta a humo y el olor me trae recuerdos. No sé yo si esto va a funcionar…

       6.-Café con Brandy

Huele a aceite refrito, humo denso, blasfemias esputadas y a macho sudoroso. Sí, estoy en un bar de currelas haciéndome una caña con un platito de bravas. ¡No veas qué buenas las bravas!

El tipo lleva gafas y juega con ellas de un modo que simula casualidad y que se adivina estudiado. Lo curioso es que las levanta sobre los ojos para leer y las baja para observar a su interlocutora –una rubia teñida bastante jamona ella- así que barrunto que las lentes no son más que un simple adorno. La chaqueta desabrochada sobre la camisa sin corbata y el pelo canoso cuidadosamente despeinado

me confirman que estoy ante un tipo

que quiere ser “interesante”. Un maduro atractivo, vamos. La jamona parece encontrarle su aquel al individuo, porque le ríe todas las gracias con carcajadas que sacuden su generoso escote. Ella también quiere ser interesante y cruza las piernas a la menor ocasiónpara solaz de los curritos que comen en la mesa de al lado. A uno en concreto le adornan unas mejillas bermejas que da gusto verlo.

Al poco una morena bajita, entrada en carnes, con una sonrisa tímida y una carpeta repleta de papeles se une a Interesante y Jamona. Bajita frisa los cuarenta y tantos y por la forma de actuar me da la impresión de que no está cómoda con sus acompañantes. Viendo la hora que es, la proximidad de un instituto y la carpeta de Bajita, diría que los tres son profesores que acaban de comer, pero tampoco podría jurarlo. Quizás sean vendedores de “tupperwares” a domicilio o un trío de asesinos despiadados…
La verdad es que no tengo ni idea y con la tele ofreciendo las últimas sobre la gripe porcina, pandemias y horrores varios se avecinan, apenas oigo de qué hablan. Entonces, justo cuando se acerca el camarero para retirar los platos de Interesante y Jamona y tomar notas de los cafés, alguien, harto ya de cerdos con resfriados, crisis económicas y Carla Bruni luciendo palmito (yo a esta le hubiera dado más tiempo antes de hartarme), ha apagado el televisor y puedo oír claramente el pedido de Interesante.
—A ver —se ajusta las gafas—. Yo tomaré un café tocado de brandy, pero no me pongas Soberano que me sienta como un tiro. Tú dile a Pepe —añade señalando al de la barra con las gafas—. Él ya sabe. Ella —prosigue señalando a Jamona—, un cortado corto de café y con la leche caliente.

Jamona asiente con una gran sonrisa de niña buena.

Bajita va a hablar pero Interesante se le adelanta.

—Tú un cortado con leche desnatada, ¿verdad?

Bajita confirma con la cabeza mientras exhibe una sonrisa nerviosa. Estoy seguro de que estaría más a gusto en cualquier otro lugar.

El camarero se acerca a la barra, llama a Pepe e indicando con un gesto a la mesa, canturrea:
—Un solo con gotita de lo que tengas a mano y dos cortados para las pavitas.
—¿Para mister Brandy? -pregunta el de la barra, socarrón.

—Sí.
—Vale, pues le dices que o paga hoy o…

—Lleva pasta, va a pagar.

Pepe frunce el ceño desconfiado, pero el otro reafirma lo dicho con un gesto, así que se vuelve y hace los cafés.

—Vale, ahí tienes.

Los cortados son eso, cortados de lo más normal y el café lleva un añadido de Soberano, que servidor ha visto la botella salir de debajo de la barra.

El camarero toma la bandeja con cuidado y se aproxima a la mesa.
—A ver —dice tomando un cortado—. Leche desnatada, ¿verdad? —le dice a Bajita.
—Y este con la leche caliente para usted —sigue con Jamona. —Y el café con brandy.
—¿Qué me ha puesto Pepe? —pregunta Interesante con una amplia sonrisa de suficiencia.
Lo que le ha salido de las pelotas, me entran ganas de decirle.
—Torres —susurra el camarero guiñando un ojo—. Torres 10 años —añade mirando a su alrededor como si temiera que le oyera alguien.

La sonrisa de Interesante se hace más amplia y mira satisfecho a sus dos acompañantes que le observan, la una tímida y la otra lasciva. Acaba por sacar un billete de cincuenta euros y se lo entrega al camarero.

—Habla con Pepe —le dice enarcando una ceja—. Él ya sabe.

El camarero se acerca a la barra donde le aguarda Pepe. Le entrega el billete de cincuenta.
—¿Sólo esto? —pregunta incrédulo—. Nos debe más de cien.

—Bueno, bueno —repone el otro conciliador—. Paga lo de hoy y aun sobra. Seguro que mañana trae más.

—¡Me cago en los cojones! —exclama Pepe rodeando la barra—. Estoy hasta las pelotas.
Pero llega tarde, Interesante ya sale por la puerta con Jamona y Bajita.

Mecagoensusmuertos.
—Venga, Pepe. Sabes que siempre acaba pagando.

Pepe no responde, de pronto se ha fijado en mí, ahí acodado en la barra con toda mi descarada atención centrada en él.

—¿Otra caña, jefe? —me pregunta con recochineo al cabo de unos instantes largos y densos.
Salgo de mi ensimismamiento, echo una mirada al reloj, musito que es tarde, muy tarde y tras pagar la cuenta –dejo una buena propina, el espectáculo lo ha valido- me voy corriendo a tomar notas.

¡Coño, qué bueno!

7.- VENGANZA

–La venganza es un plato que se toma frío –suelta Sabio rompiendo el silencio matinal.

Los cigarrillos se encrespan enrojecidos, apaciguando el ansia de sus devoradores, mientras se remueven, inquietas, tazas y copas que humedecen labios y alientos agrios.

Un comentario a esas horas raramente es bienvenido, anda uno todavía en que el día puede ser distinto, que al salir por la puerta podrían cambiar las cosas. Dejar atrás los cigarrillos, las copas y los cafés para siempre… El silencio es fundamental para que el sueño no se diluya. Pero es Sabio quien habla y, a qué engañarse, darle la espalda es como extender una invitación para que te clave la lengua hasta el mango.

Una serie de gruñidos asiente, algún carraspeo hasta tose un sí, eso es verdad y luego el silencio torna a instalarse. Ya no con la calidez de antes, pero si hay suerte y se pega uno un trago del denso brebaje de la copa, quizás consiga recuperar ese instante mágico del «hoy podría ser un gran día».

Vano intento.

–Y UNA MIERDA –la palmada en la barra que corea el exabrupto, arranca suspiros y miradas al cielo. Hoy nada va a ser diferente. Quizás mañana…

El dueño de El Piojoso se pone en marcha, él también sabe que de pronto la mañana se ha tornado dura y áspera. Las manos en alto enarbolan tazas y copas reclamando provisiones con impaciencia. Cigarrillos frescos abandonan los paquetes y las atenciones se centran en Sabio.

–Ponme un sol y sombra –pide Ismael, el Sabio, mientras se humedece los labios satisfecho. Tiene al mundo, su mundo, pendiente de él–. Con que un plato que se toma frío –escupe desdeñoso arrugando el sobre del azucarillo donde acaba de leer la frase–. Menuda soplapollez. Eso es como decir que la paella está mejor al día siguiente, una soplapollez.

Alguno remueve los pies inquieto. Alguno que piensa que, efectivamente, la paella está mejor al cabo de un tiempo.

–Querer vengarse es como cuando te dan un beso, cojones. ¿Sabéis lo que quiero decir?

Ni puta idea, pienso, apurando mi café.

–Sí, coño, un beso de calentón, de esos con lengua. ¿Qué haces? ¿Esperas a que se enfríe para devolverlo? Pues eres un gilipollas. Los besos en caliente y la venganza también, porque es cuando te lo pide el cuerpo. Si te han jodido y puedes joder de vuelta, jode. –Toma el sol y sombra de un trago. Tiene el gesto enardecido. Tengo la sensación de que a Sabio se la han clavado, alguien se la ha jugado, y no soy el único que lo piensa. Hago un gesto pidiendo otro café, la escena vale la pena tomarse otro, pero el de la barra no me hace ni puto caso.

–Es como aguantarte las ganas de cagar, si tienes que cagar, cagas y punto. Y en eso estoy yo, cojones. Que me cagoenlosmuertosdelmierdaese –suelta de una. Se detiene resoplando y con los ojos desorbitados. Luego saca un billete de cinco euros lo deja sobre la barra y se larga farfullando por lo bajo.

El silencio se va rompiendo con el sonido de encendedores, el repique de loza y el cristal contra las mesas y alguna que otra tímida tos. El de la barra me mira sorprendido de que aun esté allí, así que aprieto los labios y fingiendo un completo desinterés, me marcho.

Casi no puedo esperar a mañana.

8.-       VENGANZA II

-¿Y al final?

-Lo de siempre, se la comió y punto.

-Pues va diciendo que quien se la hace se la paga.

-Largar, larga el maricón, eso sí que se la da bien -encoge los hombros frunciendo los labios-. Na de na. Lo que yo te diga.

-Un poco bocas sí que es.

-Sí, pero na, mucho rollo y ya está. Un borrego, cuando la otra habla, este es un borrego.

El dueño del Piojoso asiente con una media sonrisa, entonces parece advertir mi presencia.

Me saluda con un gesto vago y mi café aparece sobre la barra.

No hay más conversación. No sé si hablaban de Ismael, el sabio (ver capítulo anterior), pero me da que sí.

Lástima no haber llegado un poco antes.

9.-      EL PUTO FÚTBOL

-¡Dios, qué cantidad de mierda!

-Sí, los del fútbol estuvieron aquí.
-Pues son unos cerdos.

-Y unos cabrones que para cuatro cervezas que se toman, montan un follón de la hostia.

-Se creen con derecho a todo.

¿Para qué les pondrá el televisor? La pregunta es para mi coleto y me guardo muy mucho de expresarla en voz alta.

-El puto fútbol, ver a once millonarios corriendo detrás de un balón.
Risas, unas más sinceras que otras.

-Pues te espera una buena limpieza.

El dueño del Piojoso encoge los hombros. Yo también, la buena limpieza lleva aguardándole años. Para mí que se ha muerto durante la espera.

-Y este sábado se te llenará otra vez.

El Piojoso asiente con ademán compungido, pero juraría que hay una chispa en sus ojillos enrojecidos, la misma que tienen cuando abre la caja registradora.

-Ya te digo, el puto fútbol.

Vuelve a asentir con una sonrisilla que amenaza con mostrar los pocos dientes que le quedan. Pago a escape sofocando una carcajada que se troca en maldición al salir a la calle: con la distracción me he apoyado en la mugrienta barra y me va a tocar cambiarme de camisa.
-Puto fútbol -mascullo-. Por su culpa me acabo de joder una camisa.

 

10.- El Tamaño Sí Importa

 

El habitual sale del cuchitril en el que se cobija la taza de un váter agrietada que se mantiene unida a fuerza de la mierda que la impregna. Mientras se abrocha la bragueta a la vista de todos y acomoda las partes nobles, expele un sentido Jodeeeer clavando la mirada en el dueño del Piojoso. Este le mira de reojo rascándose su propia entrepierna con desgana.

No falla, esos magreos son contagiosos y me tengo que decir que a mí no me pica nada, así que quietecito con la mano.

–Jodeeeeer –repite el habitual ajustándose unas enormes gafas con montura de pasta. Pasea la mirada entre los presentes en busca de un cómplice. No lo encuentra. Ya he comentado la sensación que tiene cada uno a esas horas menudas de la mañana: la de que ese día podía ser el primero de algo distinto, el inicio de una vida diferente, y todos se aferran a la sensación el tiempo que pueden. A Gafas no le hacen ni caso y se queda ahí parado, perdido.

El Piojoso ante su gesto descompuesto, acaba por soltar un Qué con un No me jodas a estas horas entre la Q y la U. Gafas, más animado, enfrenta las palmas de las manos y las separa a unos diez centímetros de distancia.

–Así, era así –sentencia.

–Pues si que la tienes pequeña –suelta otro de los habituales tras unos instantes de silencio en los que Gafas quiere crear «tensión».

Una carcajada seca recibe el comentario, risa a la que sigue un coro de toses. Se apagan unos cigarrillos mientras esputos indescriptibles pasean por las bocas. No llegan a asomar por los labios y prefiero no pensar en su destino. A continuación, cigarrillos frescos toman el lugar de los consumidos. Gafas aprieta los labios algo molesto aunque enseguida se recompone.

–Una cucaracha, joder, una cucaracha así –repite y separa un poco más las manos.

–¡¿Así?! –exclama el Piojoso de pronto interesado.

Gafas cabecea encantado de que al fin le hagan caso como Dios manda.

–Sí, te lo juro –y las manos se vuelven a separar un poco más–. Detrás de la taza.

–¡Ah! –dice el Piojoso muy serio-. ¡Pues esa era la peque! ¡Si te llega a pillar la grande, te encula! –exclama dando una sonora palmada en la barra.

Esta vez las carcajadas son más intensas y duraderas. A fin de cuentas, este es el tipo que les pone el café y la copa todas las mañanas, mejor tenerlo de cara. De las toses mejor no hablar.

–Mira que eres cabrón –farfulla Gafas, cabizbajo.

–Pues si quieres, pasa al almacén –sigue el Piojoso en un raro, rarísimo acceso de humor–, ahí hasta juegan al fútbol y todo, las muy hijas de puta.

Las risas surgen de nuevo pero los esputos vuelven a hacer de las suyas así que notando un pequeño revuelo estomacal (y os juro que soy bastante duro en ese sentido) pago el café y me largo, preguntándome por enésima vez que coño hago yo ahí.

El café, me digo mientras me alejo. Es por el café.

 

…El café… ¿Lo guardará en el almacén?

 

 

comentarios
  1. Ross dice:

    jajaja, con este te ha superado,sencillamente genial .

  2. J.E. Álamo dice:

    Je,je. El Piojoso es único…

  3. carlosdaminsky dice:

    J. Javier Arnau dice: hay quien dice que esta serie merecería estar en un libro. Y, ¿porqué no; quien sabe?

  4. J.E. Álamo dice:

    Yo estoy abierto a ofertas… 🙂 De todas formas, en mi próximo libro: Tom Z.Stone, sale El Piojoso.

  5. Luis Martínez Semper dice:

    Genial!! Siempre disfrutando con las historias que en el piojoso acontecen…

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